24 noviembre 2005

4. El hombre récord

- ¡Váyanse todos a la puta que los parió! -refunfuñó un pobre viejo que estaba medio tirado sobre una mesa, bebiendo un vaso de quién sabe qué, en el rincón más oscuro del Café Tres Esquinas.
- ¡De La Rúa, Cavallo, Duhalde y todos los demás! -siguió gritando, enojado, al tiempo que cuatro vagos sentados en una mesa cercana se reían de él.
- Señores... Señores... A comportarse que este es un lugar decente... - calmó con poco ánimo el gallego de la barra mientras me servía el tostado y un café que le había pedido unos minutos antes.
Le di el primer mordisco al tostado cuando el gallego se me arrimó como para decirme algo. Me agarró del antebrazo, fuerte, como para que no me escapara y acercó su bocota, lo más que pudo a mi oreja derecha.
- ¿Sabe cómo le dicen ahora?
- ¿A quién? -le pregunté sin entender demasiado.
- A don Atilio... Al viejo... ¿Sabe? -me hablaba con una sonrisita de maldad que trataba de disimular un poco-. ¡Corralito le dicen!
El gallego explotó en carcajadas y golpeaba la barra con la palma de su mano regordeta.
- ¿Y sabe por qué?... ¡Porque no pudo salir del banco! -se apresuró a responder temiendo que tal vez yo le arruinara el chiste. Pero yo ni lo arruiné ni lo entendí. Lo miré al gallego, lo miré al viejo, sonreí con cara de gil y me mandé otro bocado antes de que se enfriará el tostado. El gallego se dio cuenta de que yo no cazaba una y se me arrimó un poco más, sin soltarme el brazo derecho.
- ¡Claro! -dijo justificándose-. Me parece que Ud. no lo reconoce. El viejo es Atilio Bonanata. El que jugaba en Atlanta... Bah, jugaba... Casi... ¿Entiende ahora?
Yo no entendía un cuerno.
- Este era centro forward. Atlanta se lo compró a Chaco For Ever cuando el Laucha Flores iba a pasar a Boca -hizo una pausa en el relato y se tomó, de un sorbo, mi vasito con agua. “Sonamos”, pensé, seguro que la historia es larga.
- Después le sirvo otro vasito, ¿Si? -me dijo el gallego y guiñó un ojo-. Bueno, como le decía, lo del Laucha no se hizo y al final se quedaron los dos en Atlanta. Y eso fue lo que lo jodió a don Atilio, porque el Laucha tenía el puesto asegurado. ¿Quién lo iba a mover de ahí si hacía un gol o dos por partido? ¡Qué jugador el Laucha! Ojo que los diarios de ese tiempo decían que don Atilio prometía, eh. Pero aunque Ud. no lo crea, no lo pudimos ver...
El gallego dejó colgando la frase en el aire y yo aproveché para liquidar lo que quedaba del tostado y mandarme el café casi frío.
- Parece mentira, ¿no? El Laucha Flores, desde que llegó don Atilio, jugaba cada día mejor. En parte, por la bronca del pase a Boca que no se le dio y, supongo que también, porque sentía la presión de tener a don Atilio en el banco, esperando su oportunidad. Imagínese que el Laucha desde ese momento no faltó a un solo entrenamiento, no se enfermó un solo día, y hasta casi le diría que ya no le daba al trago. Ni miraba la botella. ¡Con eso le digo todo! Don Atilio mientras tanto confiaba en que su momento iba a llegar. ¿Sabe lo que pasa? Don Atilio siempre fue muy reservado, muy callado, y eso tal vez no lo ayudaba. Para colmo no llegó tan joven a Atlanta. Tenía 28 años cuando lo trajeron de Chaco For Ever. El viejo Zorraquín era el DT de Atlanta en esos años y hace un tiempo me contó que él no sabía qué hacer con don Atilio, porque el Laucha era intocable. Me confesó que una tarde, apenas nomás se frustró lo del pase a Boca, el Laucha le hizo jurar y prometer que sólo lesionado lo sacaban de una cancha antes de que termine un partido. Y él le juró que sí pero luego, con el tiempo, viendo el esfuerzo de don Atilio, calladito y trabajador, tanto tiempo como suplente y sin quejarse, el viejo Zorraquín se lamentó más de una vez de aquella promesa.
El gallego hizo una pausa, sacó un trozo de queso de la heladera, lo cortó en varios dados, les pinchó unos escarbadientes, me ofreció amablemente y continuó contándome la historia mientras comía un dadito de queso tras otro, no sin antes volver a agarrarme del antebrazo.
- Iban ya más de tres años - prosiguió - que don Atilio estaba siempre, en todos los partidos, en el banco de suplentes esperando que se le diera la oportunidad de entrar a una cancha. ¿Ud. sabe lo que es eso? ¡Más de tres años sentadito ahí! Bueno, un día el wing derecho, un misionero flaco y morocho llamado Ramírez, Augusto Ramírez, lo agarra a don Atilio y le dice que esa tarde tenían un partido fácil contra Ferro que venía medio cola, que si Atlanta estaba ganando por dos goles o más, él, cuando falten veinte minutos, se iba a hacer el lesionado para que don Atilio pueda entrar, que ya lo había hablado con el viejo Zorraquín y que estaba todo arreglado. Parece que don Atilio no dijo ni mu. Llegó el partido y a los diez minutos del segundo tiempo Atlanta ganaba tres a cero, dos goles del Laucha Flores y uno de Ramírez. En eso se arma un contraataque y Ramírez sale disparado con la pelota por la derecha; por el centro, acompañando, iba el Laucha Flores. Eran dos contra uno. Quedaba el fullback de Ferro y más atrás el arquero. Al fullback no le quedó otra que salirle a Ramírez y lo fue a buscar, con ganas. Ramírez, que tenía tiempo para ponérsela en profundidad al Laucha Flores, optó por la personal, buscando la falta. Era jugada de gol. ¿Me entiende? ¡Y el tipo buscó la falta...! El fullback le pegó un patadón que lo sacó de la cancha con pelota y todo. La hinchada lo quería matar pero el tipo lo hizo por don Atilio. ¿Y sabe qué pasó? El viejo Zorraquín le dijo a don Atilio, sin mirarlo, queriendo disimular: “Prepárese Bonanata, entra Ud.”. A lo que don Atilio le respondió: “Discúlpeme don Zorraquín, pero yo no soy wing derecho, soy centro forward. Que entre el pibe García”.
El gallego, ahora parecía enojado.
- ¿Lo puede creer? -me preguntó- ¡Tres años en el banco y el tipo le sale con esa! ¡Increíble!
- ¿Y qué pasó? ¿Lo rajaron? -pregunté.
- No -me contestó el gallego con cierto lamento-. Estuvo cinco años más en Atlanta.
- ¿Y nunca jugó?
- Nunca. Bah, casi, como le dije antes.
Yo no entendía qué me quería decir el gallego y él, haciéndose desear se tomó su tiempo para terminar de contar la historia.
- Habrá sacado la cuenta me imagino -dijo el gallego con cierto aire de suficiencia-. Ocho años ininterrumpidos en el banco de suplentes sin jugar un solo partido. Tiene el récord en el fútbol argentino y no sé si también en el fútbol mundial. Y ojo que ese no es su único récord. Porque resulta que el día que cumplía 35 años, jugaba Atlanta en la cancha de Tigre, cancha difícil. Bueno, justo ese día, cuando faltaban cinco minutos para que terminara el partido le hacen un penalazo al Laucha Flores. La hinchada festejaba, el cuerpo técnico y todo el banco festejaban pero el tipo que estaba más feliz de todos era don Atilio. ¿Y sabe por qué? Porque fue el primero en darse cuenta de que el Laucha quedó lesionado, que la patada había sido tan violenta que no tenía otra alternativa que salir de la cancha. Y Zorraquín lo hizo entrar a don Atilio. Cuando la hinchada vio que entraba don Atilio empezó a aplaudir, de a poco, hasta llegar a ser una ovación. ¡Ocho años...! ¿Se imagina?... Don Atilio entró con paso firme, sereno. Se encaminó hacia el área con la idea de patear el penal, el viejo Zorraquín se lo daba como premio. La hinchada empezó a corear su nombre: “Bo-na-nata... Bo-na-nata... ”. Y don Atilio feliz, con una sonrisa de oreja a oreja, agarró la pelota y fue a ubicarla en el punto del penal... Tal vez fue la mala suerte, o la felicidad que llevaba encima que no le permitió ver ese certero cascotazo que partió del centro de la hinchada de Tigre y le dio en medio del balero cuando terminaba de acomodar la pelota. Quedó grogui, seco, knock out. Lo sacaron en camilla. Y ese es su otro récord del fútbol argentino: es el hombre que menos jugó en toda la historia: no llegó a los tres segundos de juego. Pobre don Atilio... Dicen que se salvó de milagro pero nunca más pudo jugar al fútbol...
El gallego se quedó pensativo por un largo rato, casi triste, hasta que de repente explotó en una carcajada.
- Ahora entiende por qué le dicen “corralito”. Son guachos estos pendejos...

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 13 de agosto del 2002

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