24 noviembre 2005

9. Un pañuelo

A Joaquín lo sacamos de la cama a eso de las once, once y media de la mañana. No recuerdo a qué hora regresó de salir con sus amigos del colegio la noche anterior pero debe haber sido tarde porque despertarse, le costó un Perú. Silvia le llevó el desayuno a la cama con el mismo cuidado y el mismo amor de todas las mañanas en los dieciséis años de la vida de Joaquincito. Entre sorbo y sorbo de café con leche dormitaba un poco. Hizo una “siestita” un poco más larga antes de tomar el yogurt, y a las tostadas con dulce de leche casi no llegó, un grito mío lo sacó de la cama y con el mismo movimiento se metió de raje en la ducha.
Era domingo, 25 de julio de 2004. A las cinco de la tarde jugaban Argentina y Brasil, la final de la Copa América en Perú. La propuesta de mi viejo era juntarnos en su casa a ver el partido. Antes de responder a la invitación analicé las variables y posibilidades: en la Copa América del ’91 vimos en la casa de mi viejo el partido de Argentina contra Colombia y ganamos (creo que 3 a 1), en el Mundial del ’98 vimos el partido contra Jamaica y también ganamos.
- OK, aprobado, vamos a tu casa, viejo.
Soy cabulero. ¿Qué le vamos a hacer? Todos los que me conocen lo saben muy bien y a pesar de que me sentía muy confiado por cómo venía jugando Argentina, nunca está de más cerciorarse que todo sea como debe ser, que no haya cerca algún personaje medio lechuzón y nos termine arruinando la fiesta o cosas por el estilo. También evalué que mi viejo y mi hermano tienen opiniones futbolísticas muy similares entre sí pero diferentes a las mías, a tal punto que no simpatizamos por los mismos colores y si a veces surgen discusiones, tengo a Joaquincito de aliado para hacerles frente. Por lo tanto contar con la compañía de mi hijo, me hizo sentir más tranquilo, más confiado para enfrentar el evento. Joaco es de fierro, de chiquito me acompaña a la cancha, vemos partidos por la tele, puteamos por lo mismo y muchas veces sufrimos más de la cuenta. Silvia se queja cuando esto sucede, dice que es igual a mí. Y lo dice de una manera como si parecerse a mí, estuviera mal.
Ese domingo Joaquín arrancó más callado que de costumbre. No sé bien por qué. Tal vez estaba aburrido o seguía con sueño. Durante el almuerzo miró un programa de televisión donde pasaron distintos momentos de famosos partidos entre Argentina y Brasil. Cuando dieron el gol de Caniggia en los octavos del mundial del ’90, le conté a Joaco que ese domingo estábamos los tres en casa, Silvia dormía la siesta, él, que tendría un poco más de dos años en ese entonces, estaba conmigo en la cocina, jugando con sus chiches y haciéndome pata mientras yo miraba el partido.
- No tenía a quién comentarle mi sufrimiento, porque en ese partido sí que sufrimos. Estábamos los dos solitos. Vos y yo. Brasil había creado unas 36 o 38 situaciones de gol - exageré como siempre - y faltando menos de 10 minutos para que termine el partido viene esta genialidad de Maradona para habilitar a Caniggia y hacer ese gol, ese golazo. ¡No te imaginás qué alegría! Todos los argentinos festejamos haber echado a los brasucas del mundial. Y más de la manera que fue: de orto, es decir, dejándolos bien calentitos.
¿Se acordará Joaquincito de cómo lo abracé esa tarde cuando festejé o, mejor dicho, festejamos el gol? No creo, él era muy chiquito. No le dije nada, para qué…
La jugada me quedó dando vueltas en la cabeza así que lo mencioné cuando llegamos a la casa de mi viejo. Estábamos hablando de lo bueno que estaban unos comerciales de Cerveza Quilmes producidos para esta Copa América donde aprovecharon imágenes de un par de partidos de Argentina en los mundiales, partidos claves, situaciones claves: el golazo de Maradona a los ingleses en el mundial del ’86 y cuando el Goyco le atajó el penal a Serena en el ’90 y pasamos a la final, dejando afuera nada menos que al local, Italia.
- Para mí, – dije – tendrían que haber hecho un comercial con el gol de Caniggia a los brasucas, ¡en el mundial del ’90!
- Sí – balbuceó alguien pero no me dieron mucha bola. Y yo fantaseé con que los tipos de Quilmes tendrían preparado el comercial para lanzarlo después de que Argentina le gane a Brasil. ¡Qué genialidad! Pensé, pero me la jugué callado, por si las moscas.
Empezó el partido. Mis sobrinitos son muy chiquitos y andaban en otra cosa, el resto estábamos ubicados frente al televisor. Joaquincito clavado en la mejor ubicación, muy concentrado. Silvia, sentada a su izquierda, dijo:
- Yo estoy sentada acá por cábala.
En ese momento me di cuenta de que su ubicación no era cábala de nada y que siempre que vamos a la cancha yo estoy al lado de Joaco, así que le cambié el lugar.
¡Penal para Argentina! Pateó el Kili y a cobrar. Uno a cero.
Todo era como debía ser. Argentina jugaba mejor que Brasil. Alguno de los presentes, confiado por el resultado ya empezaba a levantarse, Silvia y yo criticábamos sin piedad a los relatores y comentaristas mientras Joaquín explicaba por tercera vez que en Capital y Gran Buenos Aires sólo se podía ver el partido a través de América, que la transmisión de TyC, con los relatos de Walter Nelson era para el interior del país. Mi hermano se lamentaba y mi viejo también. Todos preferíamos el relato de Walter Nelson y los comentarios de Fabbri.
Lo lógico era que ganara Argentina, fue el mejor equipo del torneo hasta ese momento y estaba jugando mejor que Brasil. Julio César le sacó un gol a Lucho González. “Argentina está más cerca del segundo que Brasil del empate” estaría diciendo alguien en alguna radio. El pibe Rosales juega de wing derecho y de marcador de punta. Silvita gritaba “gol” cada vez que un jugador argentino pateaba o cabeceaba en dirección al arco por más que la pelota pase a diez metros para cada lado.
- Pareciera que Brasil gana o empata por como está jugando – me animé a decir cuando estaba a punto de finalizar el primer tiempo. Bilardo comenta por la tele: “Lo veo bien al equipo argentino, bien en defensa, firme”. Y era cierto pero en el minuto 46 llega un centro de Alex, de tiro libre, el lungo Luisao se le anticipa a Ayala y clava el uno a uno. ¡A los 46 minutos! ¡Cuando habían marcado un solo minuto de alargue!
- ¡Qué orto! – dije o pensé pero no estaba preocupado.
Con Silvia nos imaginábamos a Bielsa en el vestuario hablando con los jugadores, alentándolos y corrigiendo el error de marca en esa última jugada.
Joaquín seguía semi mudo, concentrado en el partido. Mi viejo puso unos bizcochos sobre la mesa que ayudaban a calmar mi ansiedad.
Empezó el segundo tiempo. Argentina nuevamente generó situaciones de peligro pero la pelota no quería entrar. Cambio: Delgado por Rosales. Con Silvia volvimos a invertir nuestros lugares, ya no sabíamos qué era lo conveniente para el equipo. Otro Cambio: D’Alessandro por Lucho González. Argentina domina nuevamente. Minuto 42, golazo del Chelito Delgado. Lo gritamos todos. “Ya está”, pensamos todos. ¡Tres minutos de alargue a lo sumo y a otra cosa! ¡A no sufrir con los penales!
- ¡Viste que teníamos que cambiar de lugar! -me dijo Silvita.
Brasil ya fue. No pasaba nada. Tercer y último minuto de alargue, cae una pelota en el área, media vuelta de Adriano y gol. Dos a dos.
- ¡Lo anularon! – gritó Joaquín, en un acto desesperado, creyéndolo, rogándolo pero al fin y al cabo, en vano. Fue gol. Luego vinieron los penales y nos ganó Brasil. Increíble.
En ese momento me acordé del partido del mundial del ’90 y el gol de Caniggia, apagamos la tele y nunca pude ver si Quilmes pasó un nuevo comercial. Mi viejo empezó a preparar una picadita y unas pizzas. Yo intenté un breve discurso explicando que para mí esta derrota no significaba un fracaso pero seguían sin darme bola.
- ¿Qué querés hacer? – le pregunté a Joaco.
- Yo me quiero ir – respondió convencido.
Y nos fuimos. A pesar de los rezongos de mi hermano y alguno más, juntamos nuestras cosas y partimos. Subimos al auto, no hicimos más de tres cuadras cuando descubro que Joaquín se pone a llorar, sin consuelo. Con una pena y una tristeza enormes. Silvia seguía afirmando que todo era culpa mía, que el nene era igual a mí. Esta vez me sentí culpable e inútil. Joaquín lloró porque perdió Argentina y yo tardé en reaccionar, no supe qué hacer ni qué decirle. No le serví de mucho, sólo pude prestarle un pañuelo.

Pablo Pedroso.
Buenos Aires, 25 de julio del 2004

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me siento muy identificado con la historia

....Y Cuantas Veces Llore Por vos..Porque A ..... Lo Quiero...Lo Llevo Adentro De El Corazon..

Futbol si..siempre Sii

29 de mayo de 2006, 3:16 p.m.
Anónimo dijo...

jaja gracias pa, me parece q si lo vuelvo a leer me vas a tener q prestar otro pañuelo
abrazo

28 de junio de 2009, 12:33 a.m.
Cristian H. Zarbo - Obraz dijo...

Me paso lo mismo en italia 90, tenia 10 años, lloraba como nunca, mi viejo me agarró a upa me llevo al fondo, llovía, me dijo no te hagas problema hijo, tenemos miles de mundiales para ganar, y el diego, el nos va a sacara campeones otra vez y me abrazo fuerte, JE ahora tengo 30 y sigo mirando los partidos con el, va, algunos los mas importantes.
Muy buen Blog.

Saludos

KRIZ...

21 de enero de 2010, 11:46 a.m.
Puercoespín dijo...

Kriz: Gracias por pasar y por dejar tu comentario. El cuento es real como lo que te pasó a vos.
Así somos.
Me encanta ver los partidos con él.
Ojalá también te pase cuando tengas hijos.

Saludos!!!!

21 de enero de 2010, 1:57 p.m.