27 junio 2006

2. Fui yo

Cuando Benjamín Antonio Firpo, el Conde, llegó al club, el primero que lo bancó fui yo. Con decirte que apareció el primer día, al primer entrenamiento y llegó una hora tarde. No lo junaba ni el chabón de la puerta. Recién caía de Pergamino, no conocía a nadie y el primero que lo ayudó fui yo. Me acuerdo que Miguel, el de secretaría, me pidió que lo acompañara hasta la cancha auxiliar. Y fui yo quien lo llevó mostrándole las instalaciones, los vestuarios, en fin, ayudándolo en sus primeros pasos por la institución. El Conde, el “Crack”, Benjamín Antonio Firpo era un chipiscuí en ese entonces. Casi no dijo palabra en todo el recorrido y mirá que hay que patear desde la puerta hasta la auxiliar. Yo creo que el tipo no hablaba porque no lo podía creer. ¡Y también, con el pedazo de club que tenemos...! Miraba todo y después me miraba a mí, con los dos ojos bien abiertos.
Cuando llegamos a la canchita el primero que se arrima fue Coco Maldonado, que en ese entonces estaba como ayudante de campo de Rojas. Imaginate, todo el plantel ya estaba corriendo hacía rato. Viene Coco, mira su reloj, le pone cara de orto por la llegada tarde y le pregunta si él es Firpo. ¿Entendés? Ni Coco Maldonado lo conocía a Firpo. Entonces salto yo, para salvarlo y le digo, exagerándola un poco: “Sabe lo que pasó Coco, lo entretuve yo sin darme cuenta. Discúlpeme. Le mostré el club, los vestuarios, le di un paseíto... ¿Vio?”. “Andá, pibe” me dijo Coco y se lo llevó para donde estaba el resto del plantel. Yo me quedé cerca, detrás del arco que da a las vías para chusmear un poco el entrenamiento. No sé qué habló con Rojas pero no fue mucho porque enseguida salió rumbo al vestuario junto a Alcides, el utilero. Fue entonces que el Conde pasó cerca de donde yo estaba y me guiñó un ojo, compinche, agradeciendo la ayudita. Te imaginás que para mí eso fue de mucho valor. Vos sabés que los de primera ni te miran. ¡No te dan bola, hermano! Y menos en los entrenamientos. Para colmo, en los partidos, uno labura los noventa minutos y lo único que recibe de estos tipos son reclamos. Porque siempre tienen una excusa para putearte. Si van ganando y se la alcanzás rápido te putean porque quieren hacer tiempo. En cambio, si empatan o pierden y vos tardás un segundito de más, te recontra reputean como si la culpa de los goles que les hacen la tuviera uno. Pero el Conde no, el Conde, al principio, era distinto. Es más, me acuerdo que ya en los primeros partidos que jugó antes de que lo bautizaran como el Conde, los periodistas decían eso, que era un jugador distinto. Claro que ellos hablaban de cómo jugaba, de su estilo refinado y esas cosas pero yo lo decía porque a mí me daba bola, ¿entendés? Por eso que era distinto. Me saludaba, me pedía que le haga gamba cuando todos se las picaban y él se quedaba practicando tiros libres. Y yo chocho. Siempre le separaba las pelotas bien infladitas como a él le gustaban. Se las ponía una al lado de la otra para que patee y corría a juntarlas adentro del arco, porque siempre las embocaba, todas, ni una pifiaba. Se las traía de nuevo y él seguía pateando, así, hasta que se cansara. Después cuando salía de ducharse pasaba por el buffet y me invitaba con un sanguchito o alguna cosa.
En los partidos, mi sector es abajo de la platea local y vos viste lo que son los muchachos de la platea... ¡Más jodidos que los de la popular! Los primeros partidos lo puteaban sin parar. De todo le decían. Ahora todos lo tienen de ídolo pero de entrada ni la hora le daban. Un día, me acuerdo que un gordo forro no lo dejó en paz los noventa minutos: “¡Andate pecho frío muerto de hambre!” le gritaba. Y para colmo al Conde no le salía una. Faltaba poco y el referí nos da un tiro libre muy cerca de donde yo estaba. ¿Quién iba a hacer el centro? El Conde Firpo. ¿Quién estaba atrás mío puteándolo? El gordo forro. Le alcancé una pelota al Conde, bien infladita, especial parecía. El tiro era bastante esquinado. En el medio del área estaban Romero y Tessino que vos viste que las cabecean todas. El Conde mide los pasos para patear el tiro libre mientras el gordo lo seguía puteando. Por atrás lo veo entrar al área al jujeño Coria, al trotecito, haciéndose el sota. Y ahí nomás le grité: “¡A Coria!”. ¡No sabés qué gol! ¡Pero qué gol! ¡Un golazo! Se la puso justa, servida, para un frentazo de Coria que la clavó bien abajo. ¡Qué alegría, viejo! Los que estábamos por ese sector nos tiramos encima del Conde para festejar. El Conde se abrazó con todos nosotros y entre ese montón de brazos sentí por un instante cómo me agarraba. El jujeño Coria vino corriendo a buscarlo y lo desprendió del grupo para festejar con él, yo me di vuelta, lo miré al gordo forro que todavía gritaba el gol. Apoyé el dedo índice sobre mis labios y le hice un gestito de que se callara. Nunca más lo puteó.
Ahora el Conde es famoso. Va a la tele, sale en los diarios, ya nadie lo putea. Bueno, nadie nadie, no. Las hinchadas contrarias lo putean y le tiran con lo que tienen. ¿Ves esta cicatriz, acá arriba, en la frente? Fue en el partido contra Platense. Córner para nosotros que ganábamos dos a cero. Se acerca el Conde para patear. Yo estaba atento para alcanzarle la pelota cuando veo que de la tribuna visitante viene volando un piedrazo en dirección al Conde. No sé cómo hice de rápido pero tiré un manotazo y lo corrí justo justo para que no le diera al Conde. Tan justo que el piedrazo me lo ligué yo. Tres puntos me dieron. Ahora no se nota mucho pero me salió bastante sangre. Si casi suspenden el partido.
¿Entendés mi bronca cuando digo que nadie reconoce nuestro esfuerzo? Todo el mundo se piensa que nosotros estamos ahí, en la cancha, como espectadores de lujo, para alcanzar las pelotitas y nada más. No señor. Lo nuestro es un laburo importante para el club y para el equipo. Un laburo que nadie te reconoce y que nadie te agradece. ¿Sabés cuánto tiempo hice en la semifinal de la Libertadores del año pasado? La que ganamos cagando dos a uno… ¿Sabés cuántos segundos? Te digo porque los conté. Cada vez que la pelota salía por mi sector contaba el tiempo entre que buscaba la pelota, se la alcanzaba al jugador que tenía que sacar y este la ponía en juego. Así todo el partido. Bueno, ese día, yo solito hice ciento treinta y ocho segundos de tiempo. Posta. Sumá lo que abran hecho los demás chicos y ahí tenés un numero importante. Y no te digo cuando tenés que bancarte a un jugador contrario que para apurarte te tira toda la carrocería encima. Esa te la regalo. Pisotones, codazos, pechazos. De todo nos comemos nosotros. ¿Alguien lo reconoce? Nadie. ¿Alguna vez escuchaste de un alcanza pelota lesionado? No. Bueno, pero hay. Si señor. Y nadie se entera y nadie dice nada. Y menos desagradecidos como este turro de Firpo que ahora que está por irse a jugar a Europa se olvida de como llegó a donde está. Porque lo que hizo ayer no tiene nombre. Ojo que no me quejo porque el Conde hizo el gol con el que salimos campeones. ¿Cómo me voy a quejar? ¡Justamente con ese golazo! Si además fui yo, viejo. Fui yo el que le dijo: “¡Pegale al palo del arquero!”. Y el Conde me hizo caso, una vez más me hizo caso. Y fue gol.
Yo me imaginé que el Conde se iba a dar vuelta, me iba a abrazar y me iba a llevar en andas. Pero no. Apenas vio que la pelota tenía destino de red salió corriendo a gritarle el gol a la cámara de TV, como si fuera Maradona en el mundial del ´94. ¡Maradona! ¡Pero por favor...! Sabés lo que le falta a este... Decí que uno defiende los colores del club juegue quien juegue que si no, la próxima, vez no lo ayudo un carajo y que se arregle solo.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 1 de setiembre del 2002

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