29 - Ayer nomás

- Feliz día del amigo -dijo Marcelo.
- Feliz día -respondieron Leo y Juan al mismo tiempo. Entre los tres chocaron sus copas, se miraron, sonrieron y bebieron un sorbo de vino tinto.
- Ayer, en internet, vi una foto que estaba increíble -comentó Marcelo.
- Pará un poquito, che -saltó Leo-. Te va a hacer mal tanto porno.
Juan se rió y yo los escuchaba mientras terminaba de poner la mesa.
- No, no era eso -le contestó Marcelo.
- Ah, ¿no era porno? -lo interrumpió Juan-. Entonces no debe haber sido tan increíble.
- Claro -dijo Marcelo en el medio de un nuevo trago de vino.
- ¿Claro qué? -preguntó Leo entre risas.
- Las dos cosas: claro que no era porno y claro que era una foto increíble -respondió Marcelo.
- Contá de una buena vez -le pidió Juan ansioso.
- OK -arrancó Marcelo-. Era una foto vieja donde estaban juntos los tres protagonistas de la semana. ¡Qué digo de la semana! De los últimos veinte días.
Juan y Leo lo miraban a la espera de un dato más. Marcelo bebía y yo, que había terminado de poner la mesa, también tenía ganas de saber, así que me acomodé, calladita, en una de las sillas del comedor hasta escuchar qué tenía de increíble la foto que mencionaba Marcelo.
- Dejá de hacerte el intrigante y contanos de qué se trata -le reclamó Juan.
Marcelo se rió y dijo:
- Está bien. Acá va: era una foto de Maradona...
¡Uh, no! ¡Basta con Maradona! -se quejó Juan. Y yo le daba la razón, después de la eliminación del Mundial el único tema parecía ser Maradona DT de la selección: que lo rajaban, que no lo rajaban, que le renovaban el contrato, que no, que se peleó con este y que con el otro... Estaba hinchada con tanto “Maradona”. Leo, en cambio, se rió:
- No me vas a decir que viste en internet una foto porno de Maradona.
“¡Y dale con el porno!”, pensé. Recordé la promesa de Diego: “Si salimos campeones del mundo, me desnudo en el obelisco”, y por fin encontré un motivo para alegrarme por la derrota contra Alemania.
- Para nada... Era una foto del casamiento de Maradona y estaban los tres abrazados: Bilardo, Grondona y Maradona.
- Me estás jodiendo -dijo Juan.
- Te lo juro. Los tres en medio de la fiesta, alegres, sonrientes...
- ¿Los tres? -preguntó Leo.
- Si, los tres. ¿Sos sordo? Bueno, en realidad eran cuatro, también estaba “la” Claudia.
- ¡Qué buena foto! -dijo Juan.
- ¡Qué les dije: una foto increíble! La Claudia estaba “radiante” con su vestido de novia. Bilardo, Grondona y Maradona parecían algo así como “Los tres...”
- ¡Como “Los tres chiflados”! -se apuró en decir Juan.
- No, “Los tres chiflados”, no... Como “Los tres mosqueteros”.
- ¡Ja! -cayó Leo-. Mirá vos, qué foto... ¡Increíble!
- Era lo que te decía desde hoy -se quejó Marcelo-. Ahí estaban los tres, posando, con sus sombreritos de cotillón, muy amigos y muy felices. En cambio ahora se tiran con lo que tienen, se cruzan acusaciones de mentiras y de traiciones.
- Lo que es la vida -dijo Juan.
- Mirá vos -repitió Leo-, qué foto...
Marcelo lo miró y estuvo a punto de decirle algo pero se ve que se arrepintió.
- ¿Cómo puede ser que estos tres terminen peleados? ¡Y tan peleados! Ves la foto y te preguntas tantas cosas... -dijo.
- ¿Cómo se puede romper una amistad? -preguntó Juan.
- Mirá vos... -arrancó Leo otra vez.
Los dejé charlando o mejor dicho, repitiendo “Mirá vos” y “¿Cómo puede ser?”. Me fui a la cocina, segura de que Guadalupe y Clara, las esposas de Leo y Marcelo ya tenían listas las ensaladas. Traté de imaginar la foto, de visualizarla, vi a la Claudia y vi a “Los tres mosqueteros”. ¿Sería D’Artagnan la Claudia? El casamiento fue en noviembre del ‘89. Me quedé pensando en que hacía años que el matrimonio entre la Claudia y el Diego se había terminado. A Marcelo, a Leo y a Juan no les llamó la atención ese detalle, no, ellos son hombres, se asombraban de la otra ruptura, la que puso fin a la amistad entre “Los tres mosqueteros”. Pobres, no entendían nada y para mí estaba muy claro: a veces las fotos resultan demasiado viejas.


Pablo Pedroso
Buenos Aires, 31 de julio de 2010.
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Los cuentos también en Lovingfutbol



Desde España, el amigo Sergio Barona estrena su título de campeón mundial (¡nada más y nada menos!) y le pone las pilas a una nueva web futbolera: Lovingfutbol. Realmente está haciendo un trabajo para destacar y, entre tantas cosas, se enganchó con los cuentos de fútbol y comenzó a publicar algunos de mis cuentos (entre otros) en su web.

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28. Distinto

(Sudáfrica - 2 de julio de 2010)

“Loco”, le dicen. Y el tipo no reniega de eso, acepta que lo llamen así y seguramente se ríe (no podría ser de otra manera). Ahora, ¿quién puede decir, a ciencia cierta, si realmente está loco o más cuerdo que todos nosotros? ¿Un facultativo? No, en absoluto, este muchacho está más allá de cualquier diagnóstico. Él es distinto, tal vez por eso lo llaman “loco”. También es flaco y medio feo pero fundamentalmente es: distinto.
Distinto a mí, a vos, a muchos.
¡Y a mí me da tanta envidia eso! Quién pudiera, ¿no? Ser así, como él.
Uno siempre quiere parecerse a esos personajes que se destacan del resto. Claro, tener algo, una pizca de su estrella. Todos soñamos cosas por el estilo. Tal vez los otros soñadores se dejan llevar por los flashes de la prensa, las modas de otros nombres y las noticias de otras ligas pero yo no soy así, a mí me gusta él, con sus virtudes y con todas esas cosas que vienen en la misma bolsa y algunos llaman defectos.
Quizás siento todo esto porque me cayó bien de entrada, cuando lo vi por primera vez en una cancha. Yo no tenía la menor idea de dónde lo habían sacado y (si no recuerdo mal) en su primera intervención del partido la pelota se le enredó entre las patas, largas y flacas, y se le escapó. Pero ojo, le puso ganas y gracia a la situación, no la disimuló, la peleó y casi casi recupera la pelota. No fue gran cosa pero desde ese momento me cayó simpático y mis ojos comenzaron a buscarlo cada vez que él entraba a una cancha.
No es Cristiano Ronaldo, Beckham, Messi, Rooney, el Niño Torres ni Forlán. Está claro, pero...
Vistió tantas camisetas que ya perdí la cuenta. Además parece eterno, ¿cuántos años hace que está jugando?
No deja de sorprenderme. Y mirá que lo conozco.
Porque entró unos minutos y pasó desapercibido, agazapado, como esperando su momento de gloria que ya estaba por llegar. La paciencia de los sabios tal vez.
¡Y pensar que le dicen loco!
La cámara lo enfocó en el medio de la cancha, todos los ojos estaban con él, casi todo el estadio pendiente de su fracaso pero él no, él avanzaba hacia su destino (el punto blanco en el área y la gloria misma) como si fuera el comisario del pueblo, el sheriff o John Wayne en pleno duelo de una película del oeste.
Te juro que hasta yo me sorprendí. Nunca te vi así: con tanta calma, seguridad, con tanto convencimiento. Te tendrías que haber visto, Loco, avanzabas con una presencia tal que impactabas. Enorme. No dudaste ni aflojaste: avanzaste. Y cada paso que dabas, te admiraba más. Las vuvuzelas nos aturdían a todos menos a vos. Caminaste con un país detrás y se notó, hiciste ese viaje desde mitad de cancha acompañado por Obdulio Varela y todos los próceres que vistieron la celeste y las patas flacas no te temblaron (nunca lo hicieron). Parecías estar serio y compenetrado, parecías ceremonioso, inmutable pero eras una tremenda incógnita. Acomodaste la pelota al tiempo en que nos preguntábamos, ¿qué ibas a hacer? Sabemos que sos capaz de muchas cosas (y no quiero decir locuras, no). Pero la pregunta, en realidad, era: “¿Quién ibas a ser, el loco o el distinto?”.
Picaste la pelota, Abreu, y la respuesta fue toda tuya. Mientras nuestros corazones gritaban tu gol entendimos que lo de “Loco” es apenas un sobrenombre.
Habrá voces que dirán que lo pateaste como Panenka en la final de la Eurocopa del ’76 o como Zidane en la final del Mundial 2006. Pobres de ellos, no te conocen. El penal lo pateaste a lo Abreu.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 3 de julio de 2010
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27. El día que murió el Telebeam

Empezó un domingo de otoño. No fue un domingo de sol pero tampoco fue un día frío o de mucho calor. Ni siquiera fue uno de esos días húmedos de los que abundan por acá. No. Fue un domingo cualunque. Un poco gris tal vez. Uno de esos días donde ni a los más aburridos se les ocurre hablar del clima.
La fecha arranco a las once de la mañana en la cancha de Banfield. Caprichos de alguien o estudios concienzudos de los genios encargados de determinar la conveniencia de los horarios de los partidos de fútbol dictaminaron que Banfield – Colón se juegue en ese insólito horario.
“Al que madruga, Dios lo ayuda”, dicen por ahí. Y así fue. No recuerdo quién era el réferi pero si sé que tuvo bastante trabajo: tres off side polémicos, una falta fuera del área que la gente de Colón juraba que era adentro y penal. Y, para coronar la faena, le anuló un gol a Banfield a pocos minutos del final del partido. Según el lineman la pelota no ingresó en “su totalidad” (así dicen los cronistas cuando hablan de estas situaciones). Según el nueve de Banfield y toda la hinchada del Taladro fue un golazo. Convencidísimos de que el arquero de Colón la sacó de adentro. Terminó el partido y la gente de Banfield se los quería comer crudos al lineman, al réferi y a todo hombre de negro que veían por ahí. Los de Colon también los despidieron con chiflidos e insultos, indignados por aquel supuesto penal.
A la noche llegó la hora del Telebeam. ¿El veredicto? Aciertos de la “terna arbitral”. Parece mentira pero los tipos la pegaron en los off side que cobraron y en los que no también. La tecnología demostró que la falta del supuesto penal había sido afuera del área (¡por cinco centímetros!). Y por último, la pelota no había ingresado en la jugada del “gol no cobrado”. De todos los medios tuvieron que borrar el titular anticipado: “Polémico arbitraje en Banfield – Colón”. La noticia pasó a ser: “Pirulo (no recuerdo quién era, lo dije) acertó en todo lo que cobró”. Claro que nadie le dio tanta importancia a la noticia, si bien era insólito, inusual que un réferi y los líneas no se equivoquen en ninguna de las situaciones de un partido, la prensa no hablo mucho más del tema. Para ellos, tal vez, noticia es otra cosa.
En la fecha siguiente sucedió algo muy similar, en seis partidos de los diez que se disputaron, los réferis y su gente acertaron en lo que todo lo cobraron y en lo que no. Ese domingo a la noche el Telebeam determinó que el acierto fue de un ciento por ciento. A la fecha siguiente la ausencia de errores ocurrió en los diez partidos. ¡Cartón lleno! Ahí si fue noticia para la prensa. Durante unas cuantas fechas parecía que ver los goles era lo que menos importaba, la gente se pegaba a los televisores para ver si el Telebeam confirmaba lo que todos sospechábamos, los hombres de negro dejaron de equivocarse. Nadie sabe qué bicho les picó, qué milagro sucedió pero los tipos resultaron infalibles. Todos, incluso esos muchos que creíamos que ya no tenían remedio.
Las jugadas ya no fueron polémicas y los árbitros eran aplaudidos cuando ingresaban a las canchas y mucho más cuando finalizaban los partidos. “El Show de los Goles” dejó de tener tanto rating porque ahora competía con “El Show del Telebeam”. Hubo un tiempo en que algún cronista (de esos que abundan) repetía: “No creo que en este partido Menganito acierte en todo lo que cobre, lo conocemos muy bien a Menganito…”. Pasó el partido y Menganito no se equivocó.
Los partidos se hicieron menos discutidos, los jugadores dejaron de pedir tarjetas amarillas o rojas para sus adversarios porque los réferis aplicaban el reglamento. No importaban las camisetas, ni quien hacía la falta, si era en el área o en mitad de cancha. Cobraban lo que tenían que cobrar: foul, foul; penal, penal.
Todos los réferis salían por sorteo y ahora nadie se quejaba. Cuando leías el diario para enterarte de la formación de tu equipo rara vez mirabas quién era el réferi designado porque llegó un momento en que era lo mismo el tipo que te toque en suerte. Ya nadie discutía un off side, ni adentro ni afuera de la cancha: era off side y listo. En todo caso le reclamabas al dormido de tu delantero o aplaudías a tu defensor atento pero nada más. La gente dejó de arrojar encendedores y los líneas dejaron de estar con un ojo mirando el partido y con el otro detectando como un radar cualquier posible proyectil.
En agosto, cuando arrancó el otro campeonato, la gente de a poco dejó de ver “el Show del Telebeam”. ¿Para qué? Ya todos sabíamos que lo que habían cobrado estaba bien cobrado. Nadie tenía dudas. Nadie desconfiaba. Nadie discutía.
Un domingo a la noche, antes de fin de año dejaron de dar el Telebeam. Simplemente murió y nadie lo extrañó.
Hacía rato que hablábamos de fútbol.

Pablo Pedroso
13 de mayo de 2010
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26. Santo remedio

Frenó frente a la puerta de El Chingolo 327. La dirección parecía ser la correcta. Se la pasó su representante, Bermúdez. Justamente él le insistió en que fuera, que le iba a hacer bien, le dijo.
El Gordo no se decidía. La casa era fea, la cuadra, horrible. Y para colmo estaba oscuro. Puso primera, alerta, listo para salir rajando. Desde que bajó de la autopista no hizo otra cosa que insultar el momento en que aceptó la cita. Perdido, dio unas cuantas vueltas para poder llegar, y hasta tuvo un motivo más para sufrir: las últimas cinco cuadras fueron de tierra (de barro, bah), a él que le encanta tener el “BM” siempre impecable.
El motor seguía en marcha, el pie en el embrague y la mano aferrada a la palanca de cambios. El cerco de la casa se perdía entre una planta pinchuda y sin forma, mal cortada, mal crecida y casi seca. Desde un pequeño pilar de cemento asomaba una figura, un especie de escultura tenebrosa como una gárgola de un castillo de película de terror. Era toda de piedra gris y tenía una rajadura que le atravesaba media cara. El Gordo sentía que la figura lo miraba.
Decidió dar la vuelta a la esquina y estacionar un poco más lejos. Llegó con pasos largos hasta la pequeña reja de “El Chingolo 327”. Era una puerta baja y oxidada, no encontró timbre alguno, golpeó las manos pero nadie respondió. Cruzó el cerco y caminó por lo que alguna vez fue un jardín y ahora parecía un baldío. Se concentró en la luz naranja, encendida, que lo esperaba unos metros más adelante, en la casa, justo encima de la entrada principal. El Gordo trataba de no mirar a los costados para no encontrarse con nada demasiado desagradable. Estaba por golpear con sus nudillos contra la puerta de madera cuando alguien la abrió. El Gordo retrocedió unos pasos aunque intentó disimular lo asustado que estaba.
- Pase, no se quede ahí -le dijo la mujer con una sonrisa de pocos dientes.
El Gordo la miraba y no sabía si salir corriendo o gritar.
- Me manda Bermúdez -susurró la boca del Gordo.
- Ya lo sé -le dijo la mujer-. Pase de una vez -le ordenó y el Gordo le hizo caso.
Una vez adentro algo o alguien cerró la puerta. La mujer se aferró de las muñecas del Gordo y descendió hasta quedar de rodillas delante de él. Pasó sus manos sobre los brazos y las piernas del Gordo, de arriba hacia abajo, con fuerza, una vez, dos, tres... ¡Cinco veces o más! El Gordo parecía quieto pero por dentro temblaba. La mujer se detuvo y lo miró.
- ¿Nunca viste a Olmedo, vos?
- ¿A quién? -consiguió preguntar.
- A Olmedo, cuando hacía del “Manosanta”... En la televisión... ¿No mirabas televisión cuando eras chico?
- Ah... Si, claro que lo veía...
- Y entonces, ¿por qué tenés tanto miedo? Te estoy limpiando la mala onda.
La mujer se aferró de la mano derecha del Gordo y con algo de esfuerzo se puso de pie. De entre sus ropas sacó una cadena larga con una piedra de color azul en un extremo, la extendió delante del rostro del Gordo. La piedra azul quedó a la altura de sus ojos y osciló unos centímetros apenas. Luego de mover movió los labios como si hablara la mujer guardó la cadena y condujo al Gordo hasta una mesa, le indicó que se siente en una silla de madera y mimbre. Ella se sentó frente a él en una silla más mullida y empezó a mezclar unas cartas gastadas.
- Me dijo Bermúdez que usted lo ayudó con Mazzochi y que ahora él hace goles todos los partidos.
La mujer siguió mezclando las cartas sin siquiera mirarlo.
- Mazzochi -insistió el Gordo-. El de Vélez...
- Yo sé todo, pibe -lo interrumpió la mujer-. Sé quién es Mazzochi y sé que vos hace rato que no mojás.
- Yo atajo, señora.
La mujer dejó de mezclar las cartas, le clavó los ojos y le dijo:
- No te hagás el gil que yo me refería a otra cosa. Y eso de que atajás, se podría decir que últimamente, poco y nada -sentenció.
El Gordo bajó la mirada y parecía que estaba a punto de pucherear. La mujer se paró y arrastrando un poco los pies llegó hasta una estantería repleta de frascos de distintos colores y tamaños cargados quién sabe con qué cosas. Empezó a desenroscar la tapa de un frasco grande de color ámbar oscuro cuando se le ocurrió preguntarle:
- ¿Contra quién juegan el domingo?
- El clásico, justamente, contra San Lorenzo.
La mujer se detuvo un instante, lentamente cerró el frasco de color ámbar oscuro y lo volvió a guardar. Miró al Gordo una vez más y enfiló hacia otro ambiente de la casa.
- Partidito complicado -dijo la mujer mientras se alejaba.
- Y si, imagínese. Como viene la cosa, si perdemos, alguna cabeza va a rodar -alcanzó a decir el Gordo. Desde donde estaba sentado no podía verla pero por los ruidos le pareció que la mujer se había metido en la cocina. Al rato volvió junto a la mesa con otros frascos y una mandarina. Dentro de una bolsita transparente volcó un poco de lo que había en uno de los frascos, parecía orégano.
- El orégano le dará elasticidad a tus músculos -dijo la mujer con tono firme.
A la mandarina le quitó un poco de cáscara y esa cáscara la partió en diez pequeños trozos.
- La mandarina aumentará la firmeza de tus manos. Una porción para cada dedo -dijo la mujer mientras colocaba de a uno los trozos de cáscara de mandarina en la bolsita transparente.
Del segundo frasco sacó un sobre de un Alka-Seltzer, lo abrió y desmenuzó esa enorme pastilla blanca entre sus dedos arrugados. Juntó el polvito que quedó regado sobre el mantel y metió todo dentro de la bolsita.
- Esto te mantendrá atento y concentrado todo el partido.
Del tercer frasco, el más pequeño, extrajo unas perlitas amarillentas. Primero fueron seis las que colocó en la bolsita junto a todo lo otro. Hizo una pausa, murmuró algo que el Gordo no pudo oír y metió cinco o seis perlitas más.
- ¿Y eso qué es? -preguntó el Gordo.
- El secreto de Arturito -le dijo la mujer.
Acercó la bolsa a la boca del Gordo y le ordenó:
- ¡Escupí!
- ¿Qué?
- Escupí, dale. Dentro de la bolsa.
El Gordo escupió con pudor tres insignificantes gotitas de saliva.
- ¡Escupí con ganas, che! -le gritó la mujer y el Gordo escupió. La mujer cerró la bolsita y la agitó para un lado y para el otro mientras movía la cabeza en círculos, con los ojos cerrados y murmurando cosas. La mujer giró medio cuerpo o más, aun así el Gordo pudo ver cómo se metió la bolsita por el escote y la frotó contra su cuerpo.
- A todo hay que ponerle el corazón, pibe -dijo la mujer.
El Gordo se preguntó por centésima vez qué hacía en ese lugar.
- No la abras -le ordenó la mujer cuando le entregó la bolsita transparente cargada de cosas-. Se la das a tu señora y le decís que te prepare un té con todo esto, no le digas qué es ni para qué. Que ella te prepare un lindo té y te lo guarde en un termo. El domingo en la concentración, cuando te levantás y en ayunas (escuchaste bien: en ayunas) lo calentás y te tomás este rico tecito hasta la última gota. ¿Estamos?
- Estamos -dijo el Gordo seguro de que no tenía otra opción.
La mujer se levantó de la mesa y alzó una mano como si acabara de recordar algo importantísimo.
- ¿Vos te persignás cuando entrás a la cancha? -le preguntó al Gordo.
- Si, claro.
- Bueno, esta vez no lo hagas. Si querés, persignate cuando termine el partido pero antes, no. Haceme caso, pibe, te juro que con esto vas a ser otro.
Llegaron hasta la puerta de madera, la mujer la abrió y el Gordo le preguntó:
- ¿Cuánto le debo?
- No querido, yo no hago esto por dinero...
- Y entonces...
- Bueno, si insistís dame quinientos pesos y listo.
El Gordo sacó la plata y se la entregó a la mujer que apenas recibió el dinero le dio una palmadita en la espalda como para que apure un poco el paso y le cerró la puerta casi golpeándole los talones.
- ¡Tomalo en ayunas! -gritó la mujer desde el interior de su casa-. ¡No te olvides!
El Gordo tuvo ganas de salir corriendo pero le dio no sé qué. Eso si, apuro el paso como quien tiene la urgencia de encontrar un baño. Cuando llegó junto al BM miró la bolsita que aferraba entre sus dedos y la guardó en el bolsillo interior de su campera.

Eran las cinco de la tarde del domingo.
- ¡Dale que ahí salen! -gritó el hombre sentado frente al televisor.
La mujer llegó con apuro, en una bandeja traía la cosas del mate.
- Fijate si lo enfocan y decime si se persigna o no -le dijo mientras cebaba el primero.
La cámara esperaba en el extremo de la manga la salida del equipo. De a uno fueron apareciendo los jugadores mientras estallaba una lluvia de papelitos. El arquero fue el cuarto en salir.
- ¡Ahí está...! Es ese, miralo... ¡No se persignó!
- ¡Ja! ¿Viste que te dije?
- Tenías razón, che.
- Yo sabía que me iba a hacer caso en todo -dijo la mujer mientras le alcanzaba un mate al hombre.
- ¿Cuánto creés que dura?
- Quince minutos, veinte como máximo. Pobre, mirá la cara que tiene...
- ¿Ahora te da lástima?
- Y, un poco sí.
- ¡Andá! Si le metiste todo el frasco de laxante...
- ¡Pará, Arturo! ¿Qué decís? A lo sumo medio frasco.
- Entonces me corrijo: todo lo que quedaba de mi frasco de laxante.
- Mañana te compro uno nuevo, sólo para vos.
- Ahora, explicámelo: ¿cómo hizo para no ver el escudo que tenemos en el comedor, ni el poster de los campeones del 2007, ni la foto con el Bambino dando la vuelta en Rosario?
- El que no quiere, no ve.
Arturo le dio una última chupada a su mate y le pidió a la mujer:
- Dale, haceme la cara que puso cuando te pasaste la bolsita por las tetas.
La mujer miró a Arturo, abrió los ojos bien redondos y los revoleó de un lado al otro, después se puso bizca.
Arturo no podía más de la risa.
- ¡Me muero! -gritó.
- Todavía no sé cómo no me tenté con lo del orégano, la mandarina y el Alka-Seltzer.
- ¿Y Bermúdez? -preguntó Arturo.
- ¿Qué sé yo? Mañana me llamará puteando -le respondió la mujer-. ¿Me pasás una medialuna?
- Veinte mangos a que antes de los quince sale rajando para el vestuario.
- Dale -dijo la mujer y chocaron las manos en el aire.
- Bueno, atenti que ya empieza.
- ¡Vamos los cuervos! -le gritó la mujer al televisor mientras le clavaba sus pocos dientes a una medialuna y agitaba una bandera de San Lorenzo.


Pablo Pedroso
Buenos Aires, 14 de marzo de 2010
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25. Restos

Ahora es comentarista deportivo. Se dice así, ¿no? ¿Comentarista deportivo?
Bueno, no sé cómo se dice. Él comenta los partidos por la tele.
Antes era jugador.
Ahora comenta partidos de verano.
El relator se entusiasmaba con Orteguita. La gente en las tribunas también.
Cuando lo veo, veo los restos de un jugador -dijo cuando le preguntaron en medio del relato.
No se puso colorado ni nada.
Orteguita no lo debe haber escuchado, ni le debe importar lo que pueda decir ese comentarista ex jugador. Orteguita corría y tocaba. El comentarista ex jugador intentó explicar que quiso decir con eso de “restos de un jugador” pero no convenció a nadie. Orteguita esta vez tampoco lo escuchó, él siguió jugando. Los de rojo no sabían cómo parar a Orteguita y el comentarista ex jugador no tuvo más remedio que decirlo. Orteguita persiguió a un joven vestido de rojo, se tiró a los pies y recuperó la pelota. El comentarista se enredó con otra frase. Orteguita hacía jugar a sus compañeros. El comentarista ex jugador pensó en la vez que habló del “cabaret”. Orteguita metió un gol, el segundo de su equipo. Lo festejó con sus compañeros que lo abrazaron y le ofrecieron su cariño. El comentarista ex jugador recordó que él los festejaba solo. El defensor quiso gambetear a Orteguita, el Rey de la gambeta, y perdió. Pobre. Orteguita se la robo y casi clava el tercero. El comentarista ex jugador se dedicó a despellejar a otros jugadores. En el entretiempo, el comentarista ex jugador tomó un vaso de agua mientras recordaba que en su contrato dice muy claramente que era el momento de hacer un nuevo comentario. Orteguita volvió a la cancha y le sirvió una preciosa pelota de gol a un compañero que no supo aprovechar. Un par de minutos más tarde el técnico reemplazo a Orteguita. River ganaba. Orteguita besó su camiseta y se fue entre aplausos, como siempre.
El comentarista ex jugador lo miró, vio la felicidad de los hinchas y observó cómo Orteguita llegaba al banco con una enorme sonrisa, entero.
Tal vez pensó que no era tarde para arrepentirse de lo que había dicho, para pedir perdón.
Pero no lo hizo
El comentarista ex jugador siguió comentando lo que quedaba del partido.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 18 de enero de 2010
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24. La mejor jugada

Alguno fue, tal vez el Flaco. Yo no. Nunca soy el que empieza con un tema. Opino, meto un bocadillo o dos pero no soy yo el que impone una discusión, el que abre la sesión.
¿El Flaco dije? Puede ser que me equivoque. Ahora que lo pienso bien, debe haber sido Agosti el que empezó. Agosti siempre amó a Maradona, desde que Maradona, él y la mayoría de nosotros éramos pibes.Lo defiende a capa y espada, en las buenas y en las malas. Agosti se llenaba la boca hablando del Diez desde antes de que el apellido Maradona salga impreso en las páginas de algún diario. Así es, al primer tipo al que le escuché decir “Maradona” fue a Agosti en un recreo y ninguno de nosotros supo de quién nos hablaba. En esa época conocíamos a todos los jugadores, por la radio, por la Goles, El Gráfico o por las figuritas pero de Maradona no habíamos escuchado nada hasta que Agosti abrió la boca. Agosti jura y recontra jura que a Maradona lo vio debutar en primera ese famoso 20 de octubre del ‘76. Cuenta que un tío lo llevó. Yo sé que cada vez hay más gente que dice que estuvo en ese partido pero a Agosti le creo aunque siempre me pregunté qué hacía Agosti viendo un partido entre Argentinos Jrs. y Talleres.
La verdad, no sé quién fue el que planteó el tema de cuál fue la mejor jugada de Maradona pero recuerdo que Agosti, tan Maradoniano como insólitamente antibostero, dijo como sobrando a muchos de los que estábamos ahí:
La mejor jugada fue cuando le cerró la boca al Loco Gatti que lo tildó de “gordito” y ese domingo, el Diego, cuatro goles le clavó. ¡Cuatro!
Luis y Néstor se apresuraron en hablar antes que el resto y cayeron en la obvia:
¡El segundo gol a los ingleses en el ‘86! -dijo el primero.
¡La mejor jugada de la historia del fútbol! -exclamó Néstor.
El Flaco, bostero y fana mal del Diez, largó su vozarrón:
La mejor fue el gol que le hizo al Pato Fillol en la Bombonera, el 3 a 0 y el Patito revolcado por el piso, gateando, mientras Diego lo bailaba: para acá, para allá y... ¡Adentro!
El de la “Mano de Dios” -dijo no sé quién y el Gordo Matías tiró uno que según él hizo Maradona desde mitad de cancha durante un partido jugado en Misiones en el año ‘92. Todos lo miramos porque ese, creo, no lo tenía nadie.
Jugando para el Barça, ante el Real Madrid, en el Bernabéu y por la final de la Copa. ¡Jugadón! -dijo Carlos, el dueño del buffet que se la da de “europeo” y nació acá nomás entre San Justo y González Catán.
¡En el Napoli! Un tremendo golazo a... -arrancó decidido Pepín que se quedó sin nafta o sin memoria.
Ya habían hablado casi todos. Varios discutían y muchos trataban de imponer su criterio como única opinión posible e indiscutible. Lo dije antes: hablo, opino, meto un bocadillo o dos, trato pero no soy el más dotado en las discusiones que se arman todos los días en el buffet. Es más, un día puedo decir una cosa y al rato contradecirme y nadie se sorprende o me contesta porque, para ser sincero, debo confesar que mucho, mucho, no me tienen en cuenta. Pero esta vez quise decir algo inteligente, diferente al resto, alejado de lo obvio.
La mejor jugada de Maradona fue... -hice una pausa- separarse de Coppola.
Sonó rotundo. Varios se callaron y mientras esperaba el “¡Oh!” general y un par de palmadas en la espaldas, sonó la voz del Garrafa desde el fondo:
¡Na’ que ver...! La mejor jugada de Maradona, la más sublime de todas sus maniobras fue mostrarse ante el mundo como fana de Boca... -el Garrafa, seguro de haber captado la atención de todos, nos miró a cada uno de nosotros y prosiguió- ...porque él, de chico era hincha del Rojo...
¡Tomátela! -gritó el Flaco desde su rincón tan bostero como siempre.
¡Shhh! Dejalo terminar -ordenó Agosti y volvió el silencio.
Es así, señores, no le busquen la vuelta. Diego siempre supo cuál era su destino -retomó el Garrafa-. Sabía que iba a ser ídolo de multitudes, que iba a ser el mejor jugador del mundo y el más grande de todos los tiempos. Pero también sabía que iba a ser Dios sólo para una hinchada, sabía que su figura, su brillo, opacaría a cualquier otro jugador que vistió esa misma camiseta, por eso eligió a Boca porque no se hubiera perdonado nunca ir a Independiente, el verdadero club de sus amores y arrebatarle la gloria al máximo ídolo del rojo de Avellaneda, el Gran Ricardo Enrique Bochini, su propio ídolo. Y así fue, mis queridos -siguió el Garrafa con la voz algo quebrada-, la mejor gambeta del Diego fue esquivarle a la historia y pergeñar una jugada generosa, única y magistral. La mayor genialidad Maradoniana. Un verdadero acto de amor. Maradona sacrificó su pasión por Independiente en nombre del ídolo de su infancia y le entregó un pase gol milimétrico para que Bochini reine en el cielo de Avellaneda por los días de los días...
Amén -interrumpió Pepín y todos nos cagamos de risa.
La charla se diluyó, el Garrafa se refregó un poco los ojos, Agosti le revolvió la melena y yo me fui para casa con ganas de enganchar en la tele algún programa de esos que pasan partidos de cuando yo era chico.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 15 de enero de 2010
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23. Frases hechas

¡Ja!
¿Frase hecha? Lo que vos quieras. Pero es verdad. “El fútbol te da revancha”.
Eso sí, hay que tener paciencia. Hay que saber bancársela hasta que la mano venga cambiada.
Y si, en el fútbol hay que tener paciencia. Mirá a Banfield, 113 años esperó y hoy grita campeón.
¿Sabés cómo me gastaban a mí? No había quien me la perdonara. Y eso que yo, antes del partido, dije: “Todos hablan de “incentivación”, de que Independiente le va a regalar los puntos pero el partido hay que jugarlo. Vélez se tiene que preocupar por Vélez y no por lo que haga Independiente”. Pero bueno, parece que nadie me escuchó porque me gastaban igual. Hoy nadie se acuerda pero yo lo dije.
¡Ay, Sessa, querido! ¡La que te devoraste aquel 12 de diciembre de 2004!
Tan preocupados estábamos de Independiente, de Newell’s y nadie pensó en Arsenal.
Cinco años pasaron. Cinco años y un día. Y al fin tuvimos nuestra revancha.
En ese momento te querés matar pero hoy hacés un poco de memoria y ves que saliste campeón en el 2005 y otra vez, ahora, a mitad de año y te das cuenta de que cinco años no es mucho. Digo, para disfrutar de una especie de venganza.
Mirá, ahí tenés otra frase hecha y otra gran verdad: “El tiempo todo lo cura”. Porque aquella tarde decidí odiar a Arsenal. No a Hirsig, el del gol; ni a Sessa que se mandó tremendo blooper. Decidí odiar a Arsenal. A todo Arsenal. A partir de ese instante, minuto 6 del primer tiempo, en que Sessa bajó sin necesidad una pelota que se iba sin lastimar a nadie y se la sirvió en bandeja para que Hirsig nos la mandara a guardar, desde ese momento exacto yo odié a Arsenal. Y pensé que iba a ser para toda la vida. Pero como te dije: “El tiempo todo lo cura” y “El fútbol te da revancha”. Ahora la realidad es otra.
Aquella vez me comí el gaste de los de Newell’s, de los de Arsenal, de los de Independiente... ¡El gaste de todos me comí! ¿Cuánto perdió Newell’s contra Independiente aquella vez, 2 a 0? ¿Salieron campeones perdiendo 2 a 0? Igual que Banfield ayer. Decí que el Tolo me cae bien y me gustó que salga campeón con su viejo club pero aquel campeonato se nos escapó de las manos.
Mejor dicho: ¡A Sessa se le escapó de las manos!
No sé si lo más justo hubiera sido jugar una final, Vélez - Newell’s, en cancha neutral. Tal vez si. Pero lo que siempre me jodió fue que nosotros teníamos que ganar para acceder a esa final y no lo hicimos, ¡empatamos!
¡Cómo se habrán reído los de Newell’s aquella vez!
Hoy se ríen otros.
A mí lo de Arsenal se me pasó, con el tiempo, como dije. Ya en el torneo pasado cuando en la antepenúltima fecha bajaron al líder Lanús que se cortaba solo al campeonato (4 a 1 le ganaron) sentí que se cerraba una herida. Ese triunfo del Arse fue el que sacó de la pelea al Granate. Nosotros después hicimos lo nuestro: empate con diez en cancha de Lanús y triunfazo en Villa Luro contra el Globo. Fuimos un equipazo pero hay que reconocer que en ese torneo, Arsenal nos dio una gran mano.
¿Cuánto les durará la bronca a los leprosos? ¿Por cuánto tiempo odiaran al Arse?
Porque el torneo no lo pierden ayer contra San Lorenzo, no señor. El torneo lo perdieron en la derrota de hace 8 días contra Arsenal, 2 a 1 en Rosario. Ahí fue, ahí perdieron mucho más que la punta.
¡Cómo se habrán reído los de Newell’s en el 2004!
Hoy no. Hoy se ríen otros. ¿Quienes? No sé.
Recuerden, siempre recuerden, otra famosa frase hecha: “El que ríe último, ríe mejor”.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 14 de diciembre de 2009
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