31 - Los guionistas

Salimos del ascensor y nos cruzamos con un gordo transpirado, con lentes gruesos, que subía cargado de carpetas. —Buen día —le dijo 1-26 en voz alta y con una sonrisa. —Buen día —agregué yo también. El gordo no nos respondió, parecía preocupado en sus asuntos. Supuse que ni siquiera había notado nuestra presencia, sin embargo, cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, el gordo apretó un botón para que se abrieran. —¿Vos hiciste Banfield - Central? —me preguntó. —No —le dije luego de mirar a 1-26—, yo soy nuevo. —Él es 0-77 —dijo 1-26—. Es nuevo. El gordo apretó otro botón y las puertas comenzaron a cerrarse De la frente le cayó una gota de sudor sobre la corbata blanca y roja. Con 1-26 nos miramos y alcanzamos a escuchar la voz del gordo que se alejaba en el ascensor: —Buenos días. Giramos y avanzamos por un pasillo flanqueado por interminables boxes de paneles bajos. —¿Sabés quién era ese? —me preguntó. —Ni idea. —5-33 era. —¿El de la final del 2006, con Estudiantes campeón? —El mismo —dijo 1-26—. Antes trabajaba acá, en este piso. Ves —y me señaló un box igual a muchos otros—, ese era el suyo. Claro que con aquella final dio el batacazo y lo ascendieron del nivel 0 al 5 en un abrir y cerrar de ojos. Carrera meteórica, ¿no? —Bueno, fue una gran final. Boca era el candidato, tenía todo para ganar pero apareció Estudiantes haciendo fuerza… —Llegamos —dijo 1-26 sin ganas de seguir hablando de 5-33. Se detuvo frente al último box del pasillo. Era un espacio oscuro, más chico que los otros, sin ventanas y pegado a los baños. —Este es tu lugar de trabajo. Sobre el panel frontal había una cartelera donde figuraba mi nuevo nombre: 0-77. 1-26 miró su reloj y me dijo: —En minutos se sortea el fixture, tené todo listo que acá el tiempo vale oro.—Dio media vuelta y desapareció. Sobre el escritorio acomodé mis apuntes, una birome, un block con hojas lisas para dibujar y dos lápices de minas blandas. La pantalla de mi procesador se iluminó. Un contador como de bomba comenzó una cuenta regresiva. Los dígitos pasaban velozmente hasta que seis ceros quedaron fijos en medio de la pantalla. Los números se transformaron en texto: River - Newell’s, domingo 9 de setiembre - Entrega: miércoles 9AM. La emoción de que mi primer partido fuera uno de Primera “A” no me permitía concentrarme en la información que iba recibiendo: los nombres de los posibles jugadores, la terna arbitral, las estadísticas de ambos equipos, etc. Jamás había soñado con un debut semejante: Primera “A” y River Plate. Estaba feliz y emocionado, por suerte las manos no me temblaban, las precisaba firmes y dispuestas para teclear y teclear. De los otros boxes llegaban exclamaciones y comentarios de los demás guionistas. Uno se quejaba porque pasó de hacer Boca - Rafaela a trabajar en Crucero del Norte - Douglas Haig. Otro vitoreaba porque ligó San Lorenzo - Colón. A dos boxes del mío, un desaforado gritaba que lo estaban cagando, que era la tercera semana seguida que le tocaban partidos del viernes y que era inhumano llegar a una entrega digna para hoy lunes a las 8PM. “Me lo hacen a propósito, me quieren cagar”, decía. De repente sonó la sirena. En mi procesador apareció la plantilla de texto limpia y ansiosa por recibir palabras. Se hizo un gran silencio, ahora sólo es escuchaba el golpeteo constante de los dedos de todos nosotros rebotando sobre cada uno de los teclados. Comenzar era fácil, la salida de los equipos, el sorteo en mitad de cancha y elegir quién arrancaba el partido. Cualquier otro novato en mi lugar hubiera designado a River pero yo no me dejé llevar por el entusiasmo y puse: Newell’s. Mientras escribía, pasaban por mi cabeza las frases que tanto habían remarcado los profes durante las clases de capacitación: no dejarse llevar por impulsos, no todos los partidos deben ser partidazos, evitar caer en lo obvio, no abusar de situaciones agotadas (un gol en el último minuto era el ejemplo que daban todos), y buscar siempre la credibilidad pero sin dejar de sorprender. “Todo buen partido —nos explicaba el profesor 4-38— debe tener un factor sorpresa. El talento de un buen guionista es saber ubicar esa sorpresa en el momento preciso en que el partido la necesita”. Lo primero que se me ocurrió plantear fue que River jugara con tres adelante: “Tridente ofensivo —escribí—, con el uruguayo Mora por afuera. Una cara nueva siempre genera esperanzas”. Credibilidad: armé un River arrasador en ataque pero frágil en defensa. “Los equipos compactos pueden ganar campeonatos —decía 4-38— pero aburren. Y a nosotros no nos pagan para aburrir, al contrario”. En Newell’s metí a Scocco de titular y me aseguré tener un partido de ida y vuelta. “El secreto del éxito—comentaba 4-38— está en el manejo de los intérpretes, cómo sus dichos o sus actos visten, consolidan la gran parodia. Vean el caso de 5-33 en la final del Apertura 2006. Horas antes del partido clave contra Lanús, le hace decir a La Volpe, DT de Boca, una frase que jamás diría un director técnico: “Si no salgo campeón, me voy”. Imagínense a Falcioni diciendo algo semejante, o a Russo o a Cappa o a tantos. No, ninguno diría una frase suicida como esa, excepto La Volpe, claro. A él sí se la creemos, con su voz tabacosa y con su tono canchero de siempre. Y ahí estuvo el primer gran acierto de 5-33, entender al personaje y dotarlo de una frase potente, única, pero posible. El segundo gran acierto, claro, fue hacerle perder el campeonato. Lo desangró de a poco: derrota con Belgrano, derrota con Lanús hasta llegar a un apasionante partido final con Estudiantes que mantuvo en vilo a todo el país. Menos de ocho horas tuvo 5-33 para diagramar esa final, y así y todo tuvo el talento y la cabeza fría para pergeñar que fuera Boca quien comenzara ganando el partido pero que luego Estudiantes, recién en el segundo tiempo, lo diera vuelta y se consagrara campeón”. Mientras pensaba en mi partido, me entretuve haciendo dibujos de bigotes de distintos tamaños en el block de hojas lisas. En un costado escribí con lápiz: Almeyda no es La Volpe. En homenaje a 5-33 decidí que el primer gol lo hiciera Newell’s. “De arranque”, puse. Luego corregí y escribí: “Casi de arranque”. “Entre los primeros diez minutos y los quince”, aclaré. A continuación especifiqué cada uno de los detalles que debía tener la jugada. “No dejes nada librado al azar —decía uno de los profes—, sé preciso. Si un jugador no tiene en claro su rol, improvisa y jugador que improvisa, atenta contra el plan”. Toda la responsabilidad de la maniobra se la asigné a Scocco, pero el gol, el primero, preferí que lo hiciera Pablo Pérez. Acotaciones para los festejos y las reacciones en los bancos de suplentes. Vi que era indispensable que el empate llegara antes de los veinte, el autor: Trezeguet. “Los ídolos se construyen de a poco”, decía 4-38. Desconcierto en el visitante, ataques profundos en el local. La apuesta era fuerte: el tridente ofensivo a pleno. El partido merecía algo más: otro gol para River, ahí nomás, antes de los veinticinco. Patadón del debutante, el uruguayo Mora. Golazo. En mi primera clase aprendí que un partido es bueno cuando los dos equipos dialogan con la pelota: contraataque de Newell’s. Lesión grave de un defensor de River a los treinta y cinco. Una sutileza digna de 5-33. Lesionar a un jugador en el primer tiempo y no tener un reemplazo lógico en el banco era disfrazar a la planificación de improvisación. Pequeños detalles que esconden la mano del autor. Fin del primer tiempo. Me paré, hice sonar mis huesos del cuello y di un par de vueltas dentro del box como para estirar un poco las piernas. Me alegré de no tener que encargarme también de redactar los comentarios de la prensa. Cuando era estudiante pensaba todo lo contrario, para mí era tan notorio que los dichos de los periodistas deportivos estaban guionados, mal guionados, que sentía que la credibilidad de todo el sistema corría riesgos. “Esa debe ser tarea de los guionistas”, proclamaba. Sin embargo, una vez que me puse del otro lado, que tuve que enfrentar el desafío de escribir una historia de verdad, con noventa minutos de fútbol, comencé a ver las cosas de manera diferente y entendí que si además me hubiera tocado guionar los textos de los periodistas deportivos, habría sido agotador. Ahora si justificaba la existencia del Departamento de Opinión y sus muchachos encargados del periodismo deportivo. Los “copy/paste” los llamábamos en el instituto. Copiar y pegar, copiar y pegar. Nunca una idea nueva. La alarma de las 8PM había sonado y pasaron los supervisores recolectando los textos de los partidos del viernes. Volví a sentarme, estaba ansioso por seguir escribiendo. En el arranque del segundo tiempo planté a River bien de punta y a Newell’s listo para una contra. Tuve que decidirme por quién metía el tercero de los de Nuñez y me quedé con el mellizo Funes Mori. Ya más adelante le iba a hacer fallar un gol imposible. “Lo bueno de tener personajes con perfiles tan definidos es que se escriben solos”, tenía anotado en mis apuntes. Necesitaba inventar un efecto sorpresa, al mejor estilo 5-33, y se me ocurrió un penal pueril, inapropiado en el área de River. Tal vez alguna influencia del último partido de la selección contra Paraguay, por las eliminatorias. Pero bueno, ¿quién no tuvo influencias en su carrera? Ahora sí gol de Scocco. Abrí el partido, con River que pasaba de disfrutar la victoria a sufrirla, y Newell’s, que renovado por los cambios, veía que estaba a tiro del empate. Me pareció un acierto no dejar pasar mucho tiempo para el tercero del equipo de Martino. Estirar una situación puede restarle eficacia. “Antes del minuto 30, gol de Newell’s. Ignacio Scocco. 3 a 3”, escribí. Desconcierto en un banco, alegría en otro. Nuevos cambios, algunas tarjetas y un casi penal para tener en vilo a la muchachada. Releí el texto, corregí algunos detalles que había pasado por alto, pasé el scanner ortográfico y cuando sentí que lo tenía terminado, imprimí una versión y me acosté sobre el piso de alfombra. Relajado y en voz alta lo leí una vez más. Caminé por el pasillo hasta el puesto de un supervisor. Le entregué la versión impresa y la versión digital. En un primer momento el hombre se imaginó que le daba un partido del sábado. Volvió a leer la portada del impreso y me dijo: —Mire que su partido se juega el domingo, le queda tiempo todavía. —Sí —le dije—, lo sé. —¿Y no quiere aprovecharlo? —No —le agradecí—, no tengo nada más que escribir. El domingo a la tarde desconecté el teléfono y apagué el celular. Frente a la tele encendida no me movía del sillón, sin embargo, me sentía inquieto. Cuando jugaban Independiente y Quilmes, los jugadores desfilaban delante de mis ojos, pero yo nos los veía. Tardé en darme cuenta de que terminó en empate. Apenas River y Newell’s pisaron el césped del Monumental recobré los sentidos. La emoción fue grande y el partido se me pasó volando. Quedé conforme. Por supuesto que vi muchas cosas que me dieron ganas de corregir, pero lo escrito, escrito estaba. A la mañana siguiente llegué al trabajo un poco ansioso por escuchar los comentarios de los supervisores. En el ascensor me volví a cruzar con 5-33. Una vez más no me respondió el saludo. —¿Usted fue el de River - Newell’s? —me preguntó. —Sí —le respondí orgulloso—. ¿Lo vio? —Por supuesto. —¿Y qué le pareció? —No estuvo mal —me dijo—, hasta el minuto 27 del segundo tiempo no estuvo mal. Las puertas se abrieron en el nivel 0. Bajé preguntándome qué había sucedido en el minuto 27. Yo lo había escrito y no me acordaba. Repasé el guión a toda velocidad hasta que lo descubrí, fue el gol del empate, el 3 a 3, el que le arrebató la victoria a River. Miré a 5-33, miré su corbata blanca con franjas rojas y entendí. Las puertas del ascensor se cerraron. Un segundo después alcancé a escuchar la voz de 5-33 que se alejaba: —Buenos días.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 15 de setiembre del 2012.
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