14 julio 2014

32 - Ella en la cancha

—¿Y ese quién es? —le pregunto, pero Lalo no me da bola. Mira, sí, pone cara de no saber y vuelve a concentrarse en hacer papelitos con las revistas que nos dieron en la entrada.
El tipo no me importa, la minita sí.
Hacía rato que yo no venía a la cancha. Mejor dicho, que Lalo no me traía. Ya no me acuerdo contra quién habíamos perdido que me dijo: “No te traigo más”. Y cumplió, hasta hoy cumplió.
Salen los equipos, euforia en las tribunas, los cantos de siempre y la alegría de Lalo al ver sus papelitos volando. Fiesta, banderas y mucha gente.
—Está que explota la cancha —le digo.
—Viste lo que es.
Giro otra vez y no paro de asombrarme. Cada vez somos más, y la minita está bárbara.
El partido no nos regala ni un córner.
—¿Desde cuándo tanta mina en la platea?
—Sí, viste lo que es. Tenés locas que son hinchas de verdad —dice Lalo mientras sigue con los ojos clavados en la pelota que parece mareada de tantas vueltas que da por el mediocoampo—. Fijate, vas a ver, andan con camiseta y todo.
Miro para un lado y para otro.
—Fanas —me aclara—, muy fanas.
La minita no, ella está de jeans y remerita blanca, escotada.
Pitazo, falta y amarilla. La gente grita: “¡No!”, y una, dos, tres, cinco locas de las que mencionó Lalo, insultan al réferi de arriba a abajo. La minita se sonríe, hermosa.
—Pero hay de todo —retoma Lalo—, algunas vienen para acompañar al novio, otras a conseguir novio, y varias, hasta para robar un novio vienen.
Apenas van treinta minutos y ya se escuchan voces que empiezan a pedir cambios: cambio de jugadores, de técnico, de estrategia, de lo que sea.
—Vienen porque está de moda, para hacer algo diferente, para no quedarse solas o para custodiar —dice Lalo y se suma al coro de los disconformes.
La minita no viene por eso. Tal vez es el tipo quien la trae para custodiarla. Si yo fuera él, no la largo ni una vuelta a la manzana. Cuál es el motivo por el que ella viene, no me importa, me alegra verla acá. Es hermosa y ella lo sabe (todos lo sabemos). Se nota que hace lo necesario, lo indispensable, para parecer más hermosa todavía. Es flaca y de piernas largas, pero los golpes de knock out te los da con la melena de diosa, esa cola contundente y rotunda, y una boca que jamás te cansarías de besar.
No me quiero justificar pero es magnética, no puedo dejar de mirarla. En el brazo tiene tatuado un trébol verde de cuatro hojas. Es ella la que debe traer suerte. 
Más por errores nuestros que por aciertos de los contrarios, poco a poco nos empiezan a cascotear el rancho. Lalo está como loco.
La minita mira el partido en cámara lenta, en lugar de ver correr veintidós muertos de hambre, parece estar disfrutando de una tarde frente a un lago.
Fin del primer tiempo. Todos nos paramos. Una mitad aplaudimos y la otra, putea o silba.
Ella se levanta y le revuelve el pelo al tipo que está con ella (es de los chiflan). Él no reacciona, la juega de machito recio. A ella no le importa, igual le da un beso y se aleja, seguramente rumbo al baño.
El último jugador desaparece por la manga. La gente deja de quejarse, algunos se estiran y Lalo rezonga.
Varios se le acercan al tipo y lo saludan. Él se queda sentado en su lugar y le responde el saludo a todos los que se le arriman. Vuelve la minita. Camina entre la gente como si desfilara, ese movimiento de piernas merece estar registrado. La ven venir y los que están cerca del tipo se abren para que ella pase. Ninguno le mira esa cola preciosa que ella bambolea. Hay que ser fuerte de espíritu para privarse de semejante espectáculo. Evidentemente el tipo debe ser pesuti.
Lalo rejunta papeles del piso y los convierte en papelitos. Aparecen el réferi y sus secuaces, aparecen los otros muertos y después los nuestros, los mismos once. Lalo lanza papelitos pero ni el viento se entusiasma.
El sol baja y debo hacerme visera. A la minita, el sol del atardecer la tiñe de dorado. Por la cara del tipo y el insulto de Lalo, me doy cuenta de que algo pasa. Vuelvo al partido y el réferi está seguro del penal que nos acaba de cobrar. Todos lo putean.
—¿Fue? —le pregunto a Lalo que me mira como si le hubiera pedido que me presentara a su abuelita.
Para donde van mis ojos descubren cábalas. Sin embargo, patea el nueve de ellos y la clava en la red. Lalo se da vuelta y ahora me mira como si toda la culpa fuera mía. Ya sé que no me va a traer por una larga temporada, no hace falta que me lo diga. Le doy unas palmaditas en la espalda y giro, despreocupado.
La minita sigue disfrutando de su tarde frente al lago.
Pablo Pedroso
Buenos Aires, 4 de mayo del 2013.

1 comentarios:

Camila dijo...

Las historias de cancha me han encantado y me gusta poder conocer a gente que va por primera vez a la cancha y sus sentimientos. Por trabajo no puedo ir últimamente a la cancha y por eso trato de escuchar en mi equipo de audio los relatos de los diversos partidos.

6 de noviembre de 2014, 10:20 a.m.