09 febrero 2016

35 - Hubiésemos

Caminamos rumbo al Coto, el Chiqui me lleva unos cuantos metros y se le notan las ganas de correr. Cada vez que nos toca Saavedra dejo el Corsa en el estacionamiento del supermercado. No sé si es más seguro. Quien te dice te lo raya una vieja con el chango. La otra es estacionar a la vuelta del depósito, frente a las vías. Ahí siempre hay un lugar pero es junto al auto quemado, un Fiat que ya no sabés si es un 1600 o un 125. Nunca estacioné ahí y nunca vi a nadie hacerlo. Como si el pobre Fiat incendiado fuera una advertencia y ese, un lugar maldito
—Dale —me dice el Chiqui—, acelerá el paso.
No me quiere hablar del partido. Por cábala, seguro. Mira el reloj y yo miro el mío. Debe estar por empezar: el River de Ramón versus el Lanús de Guillermo. El que pierde se queda afuera.
Por un momento apuro el paso hasta que me freno. La maniobra me sale precisa, bien actuada. El Chiqui también se frena y me mira. Me reviso los bolsillos, todos, hasta que habla:
—¿Qué perdiste?
—No —le digo—, la lista…
—¿Qué lista?
—Con lo que me encargó mi jermu para que le compre en el súper…
El tonto me mira con esa cara que pone cuando el jefe lo pesca en alguna.
—Ochocientas cosas me pidió —le digo y busco en un bolsillo repetido hasta que no puedo aguantar más la risa.
—Qué boludo que sos —me dice.
Me río, lo palmeo y retomamos la marcha.
—Te hubieras visto la cara —le digo—, te parecías a Ramón Díaz cuando le meten un gol a River.
Me mira y no me contesta. Subimos al auto.
—¿Pongo la radio?
—No —me dice.
—Mirá que estás lleno de cábalas —le digo.
Frenados en el semáforo de Holmberg y siento que el auto tiembla. Miro al Chiqui y descubro el incesante movimiento de su pie derecho.
—Tranquilo que le vas a aflojar las tuercas al Corsa.
El Chiqui me mira y se sonríe.
—Verde —me dice.
Arranco. El tránsito está lento. Montones de luces rojas se pierden hacia Panamericana y General Paz. El Chiqui mira a los otros autos como esperando escuchar alguna bocina que le alegre el alma.
—Mejor vamos por adentro —le digo y agarro por Ruiz Huidobro. Me dice que sí con la cabeza.
Llegamos a Núñez. Me impresiona ver tanta cantidad de autos estacionados abarrotando la veredas y que casi no haya gente. Ni los trapitos quedaron.
Me asomo a Libertador y el Chiqui se baja muy cerca de la primera valla policial.
—Nos vemos mañana —le digo—. Suerte.
Empieza a correr por Udaondo y me dice chau con la mano. Hago dos cuadras por Libertador hacia Provincia. Recién en el semáforo de la Esso me acuerdo de encender la radio.
—¡Ooooool! —escucho medio grito del relator. No sé de quién es y el tipo no deja de alargar la o y la ele. Cuando me doy cuenta de que el barrio está en silencio el de la radio dice que es gol de Lanús, del Pulpito González, de taco.
Pienso en el Chiqui y me imagino su cara y la de Ramón Díaz. Me sonrío pero al instante me arrepiento, recuerdo que el próximo domingo nos toca jugar contra ellos y que nos tienen de hijos.
Llego a casa unos segundos después de que Silva metió el segundo gol de Lanús. Mi jermu me pregunta si le compré lo que me había pedido.
—¿Qué me pediste?
—Te mandé un mensajito —me dice.
—No me llegó —le digo. No me cree y se va para la cocina.
Me instalo en el sillón a ver el segundo tiempo. Ayala mete el tercero del Grana y Niembro le pide al director que enfoque las caras de los hinchas de River. “Muy de Niembro”, pienso. Me fijo si lo enfocan al Chiqui pero no lo hacen.
El partido termina 3 a 1.
Suena el ringtone de mi celular avisándome que me llegó un mensaje.
Mi jermu se asoma desde la cocina.
—Tal vez es el tuyo —le digo y miro la pantalla del celular.
No es el mensaje de ella, es del Chiqui: “Hubiésemos ido al súper”, dice.

Pablo Pedroso
Buenos Aires, 8 de noviembre del 2013.

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