29 abril 2016

42 - ¿Por quién hinchamos?

En 1970 mi viejo vivía en el centro, sobre Lavalle, a metros de la calle Florida, la calle más famosa de Buenos Aires en ese entonces; y a pasos de donde estaban, uno al lado de otro, los cines más importantes de la ciudad. Pasear por Florida y por Lavalle era asombroso. Mi viejo nos venía a buscar a mi hermano y a mí una vez por semana y nos llevaba con él al centro, a ese mundo de cines, librerías, disquerías, calles peatonales, carteles luminosos, galerías, negocios y restaurantes, tan lleno de gente y tan diferente al Ramos Mejía del resto de la semana. No estábamos mucho en la casa de mi viejo, sólo lo necesario, lo mínimo. Temprano solíamos ir a patear alguna pelota al verde más cercano: la plaza Roma, bajando la barranca, del otro lado de Leandro Alem. Y por las tardes, la cita obligada era ir al cine. Recorríamos Lavalle observando los afiches de las películas que empapelaban y coloreaban las dos veredas hasta que encontrábamos cuál iríamos a ver. Muchas veces repetíamos películas. ¡Socorro!, la de Los Beatles, fue una de nuestras favoritas y no nos cansábamos de verla con la misma alegría de la primera vez. Mi hermano, que soñaba ser un Beatle y sí sabía las letras de las canciones —yo inventaba— llevaba la cuenta, como si fuera un logro o una hazaña, de cuántas veces fuimos a verla. Ya no me acuerdo pero la vimos cinco veces, seis o más. Otro de nuestros clásicos era ir al cine Ideal a ver un continuado maravilloso de dibujitos animados donde El Correcaminos (Accelerati incredibilus) y El Coyote (Carnivorous vulgaris) eran los preferidos.
La tarde en cuestión no fuimos a ver una película de Los Beatles ni una de dibujitos animados, vimos fútbol: la película del Mundial del ’70. Es imposible para mí recordar si la película la propusimos nosotros —mi hermano y yo— o fue idea de nuestro viejo. Realmente no importa cómo llegamos ahí pero sí recuerdo que ver el fútbol en color y en pantalla gigante, desde la comodidad de una butaca de cine fue una experiencia sensacional. Entiendan quienes nacieron unos cuantos años más acá que en esos días las teles eran en blanco y negro, con pantallas diminutas y las tribunas de las canchas eran tablones de madera.
Quizás sí entré al cine sabiendo que Brasil había sido el campeón, pero cuando se apagó la luz y los jugadores empezaron a correr y a anotar goles en semejante pantalla, todo fue para mí como si lo viera por primera vez, como si ellos lo estuvieran jugando ahí, en ese único momento, para nosotros, para mí. La única tristeza fue no haber visto a la selección Argentina, me costaba entender que no estuviera en la pantalla, me dolía. Sí me encantaron Uruguay, Italia y Brasil pero ¿por qué no estaba Argentina? ¿Cómo podían estar países como Bulgaria, El Salvador, Marruecos o Israel y no nosotros? No lo entendía y menos entendía la explicación que me daba mi viejo. Imagínense que en ese entonces lo primero que te preguntaba alguien cuando te conocía era tu nombre y, acto seguido, ¿De qué cuadro sos? Porque cuando yo era chico se preguntaba: ¿De qué cuadro?, no ¿de qué equipo? Y vos decías soy de tal y se podían olvidar de tu nombre pero nadie se olvidaba de qué cuadro eras. Entonces, haberme sentado a ver un fútbol hermoso, gigante, en colores y que no estuviera mi cuadro me puso mal.
¿Y nosotros por quién hinchamos?, le pregunté a mi viejo cuando descubrí que no jugaba Argentina. La respuesta fue: Por Perú que fue quien nos eliminó.
No creo que mi viejo recuerde esa respuesta pero a mí siempre me quedó rondando en la cabeza: Hinchar por el que fue mejor que vos, el que te eliminó. Hoy se le podría llamar Fair play a eso, no sé cómo se lo llamaba en los ’70. A mí me lo enseñó mi viejo. Y hubiera sido muy fácil para él decirme: Hinchemos por los de amarillo, porque él sí se sentó en la butaca conociendo el final de la película, sabiendo quién era el héroe, quién festejaba en el final. Sin embargo, eligió lo que eligió. Y eligió bien.

Pablo Pedroso
Buenos Aires,4 de diciembre del 2014.

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